Cuando el cuerpo cambia y nadie te lo cuenta


Cada mujer tiene su propio camino para volver a sentirse bien.


Cuando eres joven, no piensas en los problemas que pueden aparecer después de ser madre.

La emoción de tener un hijo es inigualable; incluso lucimos la tripita con orgullo y los amamantamos con todo nuestro amor.

Pasamos por el embarazo, el parto y la lactancia... pero no estamos preparadas para afrontar que, después, tu cuerpo ya no será el mismo.

El primer sofocón llega cuando ves que pasa el tiempo y tu cuerpo no se recupera como esperabas. Una espera volver a estar como antes, pero acaba entendiendo que eso ya no es posible.


Después de dejar de amamantar a tu bebé, te miras al espejo y ves que tu pecho ya no tiene la forma ni la firmeza que tenía. Y entonces empiezas a pensar que tienes que cuidarte más.

Pero la realidad es que, en esos primeros meses, tu hijo te ocupa por completo. Pasas el día pendiente de sus necesidades: tomas, cambios de pañales, cólicos del lactante... siempre inquieta por si le pasaba algo y no sabia cómo resolverlo.

Todos esperan que seas capaz de afrontarlo todo. Y claro que lo haces, pero para lograrlo tienes que olvidarte de ti... si no tienes ayuda en casa.
Bueno, de ti... y también del padre, que además espera que le dediques el tiempo y la atención que él también quiere recibir.

Empiezas a sentir que tu pareja ya no te mira igual. Quizá no lo dice, pero lo notas en los silencios, en los gestos, en lo que ya no sucede.
Y es que, cuando por fin caes en la cama para dormir, lo único que deseas es que el bebé no se despierte… solo quieres descansar unas horas para poder recuperarte y tener fuerzas para afrontar el día siguiente.

Pasados unos meses, poco a poco, empiezas a recuperar el aliento… y también las ganas de mirarte con más cariño.
Sí, tu cuerpo ya no será exactamente el mismo, pero tampoco tú eres la misma. Has pasado por una transformación profunda, y decides que es hora de pensar también en ti.

Empiezas a cuidarte no para volver a ser la de antes, sino para sentirte bien contigo ahora. Y, casi sin darte cuenta, descubres que ese cuerpo, aunque distinto, puede volver a gustarte, a sostenerte, a moverse con fuerza.

Porque cuando una mujer decide volver a mirarse con amor, algo dentro (y fuera) empieza a florecer.




Este blog comparte experiencias personales y aprendizajes propios. No soy profesional de la salud; si tienes dudas médicas, consulta siempre a un especialista.