Trucos de belleza


  •  LA ARCILLA


Mi historia con la arcilla:

Llevo muchos años usando arcilla y, sinceramente, ¡en mi casa nunca falta! La he utilizado en tantas ocasiones que ya forma parte de mi botiquín natural.​ La uso con distintos fines:

– Cuando me duele la espalda o alguna articulación, me hago una cataplasma.
– Si tengo un granito rebelde o noto la piel apagada, ahí va mi mascarilla.
– Cuando me siento cargada o estresada, me preparo un baño de pies con arcilla… y es una maravilla. 
 
La utilizo tanto que siempre tengo un recipiente de vidrio con arcilla ya hidratada, lista para usar. 

Solo le agrego agua purificada y la dejo reposar. Me gusta tenerla así porque está “viva”, preparada para aplicarla cuando la necesito, sin tener que mezclarla cada vez.

Con los años he aprendido a confiar en lo simple, en lo natural, en lo que no lleva etiquetas raras ni ingredientes que no puedo pronunciar. Y la arcilla, creedme, es uno de esos pequeños milagros que no fallan.
Arcilla en las cicatrices.

La arcilla puede ser un remedio natural útil para mejorar el aspecto de las cicatrices, gracias a sus propiedades purificantes, antiinflamatorias y regeneradoras.

Tipos de arcilla que he utilizado:

  • Arcilla verde: buena para pieles grasas o con tendencia al acné.
  • Arcilla blanca (caolín): ideal para pieles sensibles o secas.
  • Arcilla roja o rosa: suave, útil para estimular la regeneración sin irritar.
"La arcilla verde es la que utilizo habitualmente. Probé la blanca y la roja, pero la que mejor me ha funcionado es la verde."
Cómo he utilizado yo la arcilla en las cicatrices:

Preparación :

  • Mezclar la arcilla en polvo con agua (o agua de rosas o aloe vera) hasta obtener una pasta homogénea.
  • Aplicar una capa fina (no demasiado fina) sobre la cicatriz limpia y seca.
  • Deja actuar entre 20 y 60 minutos, evitando que se seque completamente.

El momento más efectivo es cuando aún está húmeda o empezando a secarse, porque es ahí cuando limpia, remineraliza y estimula la piel.

  • Enjuagar con agua tibia y aplica una crema hidratante o regeneradora.

La arcilla no hace milagros, no borra las cicatrices por completo pero mejora visiblemente la textura y el color de las cicatrices, sobre todo si eres constante.

  • Entre tintes y canas: una decisión que pesa más de lo que parece


El mismo rostro, otra mirada.

Durante años, muchas mujeres hemos vivido una especie de "contrato no escrito" con los tintes.

En cuanto aparece la primera cana, nos lanzamos a cubrirla casi con vergüenza. Nos dicen que el pelo blanco "envejece", que "te descuidas", que "no te favorece". Y así, cada pocas semanas, corremos a teñirnos como si nuestra vida dependiera del color de nuestro cabello.

Pero llega un momento en que te lo empiezas a cuestionar. No solo porque cansan las visitas la peluquería  o el gasto constante, sino porque también empieza a cambiar el cabello. Al llegar a cierta edad, notas que está más fino, que hay menos cantidad, que ya no tiene la misma fuerza… y te preguntas si los años de tintes químicos han tenido algo que ver.

En ese punto, muchas —como yo— decidimos dar un primer paso: cambiar a tintes vegetales, buscando algo más suave, menos agresivo, con la esperanza de cuidar lo que aún queda. Y sí, ayuda algo. Pero también empieza a crecer una idea: ¿Y si me dejo el pelo blanco? ¿Y si dejo de teñirme del todo?

Y como la curiosidad pudo más que el miedo, se me ocurrió una solución muy práctica (y algo loca): me fui a los chinos y me compré una peluca blanca de disfraces para ver cómo me quedaría. Me planté delante del espejo con aquella peluca más bien de señora de Halloween… y al verme, decidí seguir con la henna. Esa que te deja el pelo rojo como una panocha. Y ahí estaba yo, entre el blanco fantasmal y el rojo chillón, teniendo que decidir: ¿blanco o rojo? Opté por el rojo, y ¡por Dios, que era rojo rojo! Volví a teñirme con henna, pero esta vez hice una mezcla al 50 % entre el color natural de la henna y un castaño oscuro, y conseguí un tono caoba con el que sigo desde hace un año.

Pero la henna, para que agarre bien, tienes que tenerla mínimo tres horas en la cabeza… algo agotador. Y ahí vuelvo a pensar: ¿Me lo dejo blanco? ¿Tendré valor esta vez?

No es una decisión fácil. No se trata solo del color. Es enfrentarte al espejo, a los comentarios, a las miradas ajenas y, sobre todo, a tus propios miedos. Porque hemos crecido creyendo que una mujer con canas ha "tirado la toalla", cuando en realidad, es todo lo contrario: es un acto de valentía.

Dejarse el pelo blanco no es rendirse. Es aceptarse, respetarse y desafiar una idea que se nos ha impuesto durante generaciones. Es decir: Estoy bien así. Esta soy yo.

Y sí, el proceso es duro. El momento en que la raíz empieza a asomar, las semanas en las que el pelo tiene dos colores, las dudas, las ganas de volver atrás. Pero también hay belleza en eso: en vernos reales, en reconocernos, en abrazar una nueva etapa.

A todas las mujeres que están en ese dilema, quiero decirles: con tinte o con canas, lo importante es tener valencia, que la decisión sea nuestra, libre y nacida del amor propio.

🧡 ¿Estás en ese momento? ¿Te lo has dejado blanco o lo estás pensando? Me encantaría leerte.






Este blog refleja experiencias personales y aprendizajes propios. No soy profesional de la salud; si tienes dudas o problemas médicos, consulta siempre a un especialista. Cada persona es única y lo que comparto es solo para acompañarte e inspirarte.

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