Entre tintes y canas: una decisión que pesa más de lo que parece
Durante años, muchas mujeres hemos vivido una especie de "contrato no escrito" con los tintes. En cuanto aparece la primera cana, nos lanzamos a cubrirla casi con vergüenza. Nos dicen que el pelo blanco "envejece", que "te descuidas", que "no te favorece". Y así, cada pocas semanas, corremos a teñirnos como si nuestra vida dependiera del color de nuestro cabello.
Pero llega un momento en que te lo empiezas a cuestionar. No solo porque cansan las visitas la peluquería o el gasto constante, sino porque también empieza a cambiar el cabello. Al llegar a cierta edad, notas que está más fino, que hay menos cantidad, que ya no tiene la misma fuerza… y te preguntas si los años de tintes químicos han tenido algo que ver.
En ese punto, muchas —como yo— decidimos dar un primer paso: cambiar a tintes vegetales, buscando algo más suave, menos agresivo, con la esperanza de cuidar lo que aún queda. Y sí, ayuda algo. Pero también empieza a crecer una idea: ¿Y si me dejo el pelo blanco? ¿Y si dejo de teñirme del todo?
Y como la curiosidad pudo más que el miedo, se me ocurrió una solución muy práctica (y algo loca): me fui a los chinos y me compré una peluca blanca de disfraces para ver cómo me quedaría. Me planté delante del espejo con aquella peluca más bien de señora de Halloween… y al verme, decidí seguir con la henna. Esa que te deja el pelo rojo como una panocha. Y ahí estaba yo, entre el blanco fantasmal y el rojo chillón, teniendo que decidir: ¿blanco o rojo?Opté por el rojo, y ¡por Dios, que era rojo rojo! Volví a teñirme con henna, pero esta vez hice una mezcla al 50 % entre el color natural de la henna y un castaño oscuro, y conseguí un tono caoba con el que sigo desde hace un año.
Pero la henna, para que agarre bien, tienes que tenerla mínimo tres horas en la cabeza… algo agotador. Y ahí vuelvo a pensar: ¿Me lo dejo blanco? ¿Tendré valor esta vez?
No es una decisión fácil. No se trata solo del color. Es enfrentarte al espejo, a los comentarios, a las miradas ajenas y, sobre todo, a tus propios miedos. Porque hemos crecido creyendo que una mujer con canas ha "tirado la toalla", cuando en realidad, es todo lo contrario: es un acto de valentía.
Dejarse el pelo blanco no es rendirse. Es aceptarse, respetarse y desafiar una idea que se nos ha impuesto durante generaciones. Es decir: Estoy bien así. Esta soy yo.
Y sí, el proceso es duro. El momento en que la raíz empieza a asomar, las semanas en las que el pelo tiene dos colores, las dudas, las ganas de volver atrás. Pero también hay belleza en eso: en vernos reales, en reconocernos, en abrazar una nueva etapa.
A todas las mujeres que están en ese dilema, quiero decirles: con tinte o con canas, lo importante es tener valencia, que la decisión sea nuestra, libre y nacida del amor propio.
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